Supongamos que enfrentamos un problema cotidiano de transporte: debemos trasladarnos de un lugar a otro de la ciudad y, además, llevar algo de equipaje o carga.
Nuestra diaria experiencia para lidiar con el tráfico cochabambino—¡que cada día está peor!—resulta de gran ayuda para concretar la gran cantidad de decisiones que será preciso tomar y, seguramente, lo haremos de una manera casi automática: ¿cuál es la mejor ruta?— pensemos no sólo en la distancia, sino también en la congestión; ¿el pequeño auto familiar será suficiente para la carga o mejor me presto la camioneta del amigo?; ¿cuán frecuentemente tendré que hacer esto?, ¿no será mejor buscar una solución definitiva aunque sea (mucho) más cara? Aun sin percibirlo, habremos involucrando en nuestro proceso de decisión al menos tres grandes variables: potencia del motor del vehículo; capacidad de carga; y red vial.
¿Y qué tiene esto que ver con los “demonios” a los que hace referencia el título? Pues bien: el párrafo anterior nos servirá
para establecer analogías útiles para comprender el tipo de prestaciones que podemos esperar de determinada infraestructura
informática, sin necesidad de involucrarnos en detalles técnicos.
Tomaremos la potencia del motor como análoga a la capacidad de procesamiento de la CPU (afortunadamente, ¡ni siquiera
necesitamos dilucidar ya esta sigla que se ha tornado universal!); la capacidad de carga del vehículo como la capacidad
de almacenamiento en cualquier tipo de memoria electrónica; y la amplitud de las calles o vías de comunicación como el ancho de banda disponible para que nuestra computadora nos permita “salir” del escritorio y movernos por la Red.
Probablemente resulta claro que, por más que sea un millonario excéntrico, no compraré un Lamborghini para manejarlo arrastrándose por el centro de Cochabamba, ni un gigantesco camión Volvo para trasladarme hasta mi club de
sibaritas, llevando solamente mi traje de marca. Seguramente resulta igualmente intuitivo que, el simple hecho de tener
acceso a una amplia autopista no hará que mi pequeño y ya maltrecho vehículo utilitario aproveche de la máxima velocidad
posible para esa vía: en efecto, tal velocidad máxima representa sólo una posibilidad o potencialidad ofrecida por la ruta en cuestión, que no garantiza en lo más mínimo la velocidad efectiva del tráfico en la misma.
Explotando aún la intuición adquirida a través de nuestra experiencia con vehículos podemos desembocar en una visión útil de situaciones propias más bien del área informática: Si soy un piloto de pruebas, la fábrica seguramente requerirá de mi habilidad para mostrar el máximo rendimiento posible con el último modelo de motor que acaba de instalar en sus autos deportivos:
como programador profesional, necesito contar con la CPU más veloz disponible, no sólo para que el proceso de desarrollo
de programas me tome menos tiempo, sino hasta para probar mi solución sobre la novísima plataforma, antes de ofrecerla comercialmente. Si soy un transportista dedicado a la carga pesada, necesito un gran camión capaz de soportar la exigencia a la que se verá sometido: si manejo muchos archivos de gran tamaño (por ejemplo vídeo o imágenes de alta resolución), naturalmente necesito una capacidad proporcionalmente grande de almacenamiento, tanto en memoria temporal como en disco. Si soy un repartidor que vive de comisiones por número de paquetes adecuadamente entregados en destino, necesito no solamente de vías expeditas, sino también de un sistema que me indique claramente qué paquete entregar y dónde hacerlo porque, en caso contrario, aunque la red de carreteras y mi vehículo sean excelentes, mi servicio será de todos modos lento
e ineficiente, ya que tendré que regresar (¡quizá frecuentemente!) por el paquete correcto y en busca de la dirección correcta:
si al menos parte de mi trabajo o actividad sobre computadora depende de recursos que no están físicamente instalados en mi propia máquina, necesito un acceso eficiente a la Red, pero no solamente en cuanto a oferta de ancho de banda, sino a calidad en la gestión asociada; ¿por qué a pesar de haber contratado un caro acceso empresarial que ofrece un ancho de banda mucho mayor que el domiciliario del amigo, en realidad él “navega” mucho más velozmente que yo?—la causa exacta no interesa,
pero el hecho es que los “paquetes” que mi poderosa máquina envía por la amplia “carretera” contratada tienen que ser tan
frecuentemente devueltos luego de reintentos infructuosos, que “mi red está lenta” aunque la etiqueta del dispositivo
de acceso instalado me asegure lo contrario.
Para sintetizar el núcleo de las ideas expuestas, digamos simplemente que debe resultar intuitivo que no tiene sentido comprar una computadora mayor al tamaño de nuestras necesidades, ni pagar por servicios que en realidad no se llegan a usar porque el cuello de botella que torna lenta la prestación requerida radica en un componente distinto.
Sin conocer del área, seguro que no nos arriesgaríamos a comprar un automóvil sin consultar la opinión de un mecánico.
Si no estamos familiarizados con el área informática, ¿por qué habríamos de adquirir a ciegas una computadora o servicios que involucran tecnología aún mucho más compleja?.
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