A primera vista
Independientemente del incuestionable cariño por nuestro país y el compromiso con él, la pregunta del título, sin mayores aclaraciones, generará cuando menos una cierta reserva, sencillamente porque no podemos dejar de reconocer nuestras limitaciones en cuanto a infraestructura, precisamente en el área tecnológica. Es evidente, por ejemplo, que no contamos aún con una línea de ensamblaje automatizada con la capacidad de montar componentes electrónicos en dispositivos de cierta complejidad tales como, digamos, equipos de telecomunicaciones o computación. Entonces ¿de qué tecnología podemos hablar?
La posibilidad de lograr ventaja competitiva en el área radica fundamentalmente en nuestro capital humano: por supuesto, el cerebro de un estudiante o profesional boliviano funciona en promedio tan bien, como el de cualquier otro ser humano incluyendo además, para orgullo nuestro, sorprendentes picos de rendimiento una vez que se logra acceso a entrenamiento adecuado. De hecho, considerando su pequeña población, Bolivia es más bien una buena exportadora de cerebros.
Tampoco es despreciable el hecho de hallarnos dentro de un huso horario mucho más próximo a los grandes centros tecnológicos que, digamos, exportadores de tecnología tan gigantescos como la India o la China.
El área tecnológica accesible
Y ¿cuál es entonces el área tecnológica en la que una infraestructura más bien modesta, al alcance en nuestro país a pesar de sus limitaciones, puede aprovechar sobre todo del “jugo de seso” y las cualidades organizativas enteramente humanas? Quizá muchos lectores ya lo han percibido: la Ingeniería de Software.
En efecto, es preciso considerar que, cuando el desarrollo de software trasciende el nivel de creación artesanal o informal, el proceso de generar software es sin duda una de las actividades tecnológicas e ingenieriles más formales y estrictas, quedando sujeta a métodos y protocolos extraordinariamente exigentes y cuidadosos, y convirtiendo de hecho su ejercicio en “alta tecnología”. Nadie dudará tampoco de aplicar ese calificativo a los productos emergentes de tales procesos: sistemas operativos; pequeños y versátiles componentes capaces de activar y manejar las opciones de hardware cada vez más diversas y elaboradas disponibles sobre la palma de la mano o, por el contrario, sobre gigantescas maquinarias que hace tiempo han dejado de ser “tontas”; y una muy larga lista de situaciones similares.
¿Cómo es, por ejemplo, que mi celular de última generación puede indicarme mi posición en el mapa y el mejor camino hasta la farmacia más próxima, mostrarme mi nivel de ansiedad y temperatura corporal, mostrar mis mensajes de correo electrónico, hacerme pasar por culto respondiendo quién es el Nobel de Literatura 2011, y enviar una bella fotografía hasta el otro lado del mundo? ¿Cómo es posible todo este variado conjunto de funcionalidades en lugar de ser simplemente un caro y elaborado pisapapeles electrónico? Gracias, precisamente, a los componentes de software capaces de interactuar con sus circuitos, explotando al máximo las potencialidades de éstos que, sin el software, permanecerían latentes y sin posibilidad de uso real.
Los primeros pasos
Cuando términos tales como “metodologías ágiles”, “ingeniería de calidad”, “integración continua”, “gestión de builds”, “gestión de riesgo”, y tantos otros propios del proceso de generación de código dentro de la Ingeniería de Software comienzan a salir de los textos y las aulas universitarias para plasmarse en la práctica profesional diaria, se ha dado el primer paso hacia la verdadera tecnología de software a nivel mundial. En ese momento, probablemente las carencias más notorias para ser internacionalmente calificados al mismo nivel que cualquier otra gran fábrica de software sean las deficiencias de nuestras empresas proveedoras de servicios: ciertamente, una cosa es destinar una gran inversión a suplir mediante grupos electrógenos los eventuales cortes de energía eléctrica, y otra muy distinta ser capaces de proveer opciones rápidas y eficientes frente a posibles caídas en una salida Internet de gran ancho de banda, por ejemplo. Obviamente, desde el punto de vista del cliente internacional, estas diferencias son intrascendentes: el proveedor sencillamente no está en línea en determinado momento, e inevitablemente su calificación internacional se ve disminuida independientemente de la excelencia del proceso profesional que puede estarse desarrollando localmente. Éste es, con seguridad, el aspecto más débil que nuestro país necesita aún superar.
En conclusión
La sección comercial del prestigioso diario estadounidense “The New York Times” del pasado sábado 21 cita a un alto ex-ejecutivo de Apple: “Estando en China junto a la línea de montaje de pantallas para iPhone, ¿se necesitan mil empaquetaduras nuevas? Es la fábrica al lado. ¿Un millón de tornillos? Esa fábrica está en la otra cuadra. Pero, estos tornillos tienen que ser especiales. Entonces, tardarán unas tres horas.” Nos sentimos tentados de añadir aún: “¿Se necesita exportación masiva? El puerto más próximo está a una hora de la fábrica.” ¿Podemos competir con esto? ¡Por supuesto que no! Ni siquiera los Estados Unidos están en condiciones de hacerlo.
Pero, a pesar que claramente los procesos de fabricación de hardware y de software son esencialmente distintos y cualquier analogía entre ellos resulta por fuerza imprecisa, arriesguemos de todos modos una traducción en términos de software con el único fin de reforzar la idea general, vale decir, que hay un área de alta tecnología en la cual podemos comenzar ya a exportar con una infraestructura alcanzable, así sea de manera incipiente: “¿Se necesita desarrollar un componente para correo electrónico? Es el equipo de desarrollo vecino. ¿Quizá un componente para teléfonos móviles e interfaz Web? Los expertos están en el piso de arriba. Pero ésta es una modificación realmente pequeña: tardará un día. ¿Exportación masiva?, ¿cien licencias de uso para comenzar? Por supuesto: el ancho de banda con el que contamos es suficiente para el volumen que pides.” ¿Posible para Bolivia? ¡Claro que sí! De hecho, ya se lo ha comenzado a hacer y, con la posibilidad de trabajo continuo, ¡la fábrica ha iniciado su marcha hacia el futuro!.
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