Los primeros pasos que se dieron en la robótica social, allá por los años cuarenta del siglo veinte, estaban dirigidos a construir robots inspirados biológicamente. Desde los primeros robots sociales conocidos, las tortugas de Grey Walter, hasta hoy, las mayores fuerzas de impulso y cimientos de su desarrollo han sido la fascinación por conseguir capacidades de interacción y de decisión. A medida que han ido evolucionando las técnicas de inteligencia artificial, lo han hecho también los modelos de comportamiento de estos robots siendo cada vez más complejos.
Sherry Turkle, desarrolladora del Instituto de Tecnología de Massachussets y psicoanalista, escribió el año 1984 “El Segundo Ser: Computadoras y el Espíritu Humano”, libro de culto en el que reflexiona acerca de la posibilidad de que un robot pueda llegar a “ser” como un humano. Las bases de esta reflexión se sustentan en el trabajo de otros científicos que, como ella, estudiaron la posibilidad de implementar sentimientos en computadores y robots. Tras un largo periodo de investigación tanto con profesionales informáticos como con usuarios comunes, llegaron a una reveladora conclusión: El cerebro humano no tiene las condiciones psicológicas adecuadas para diferenciar un sentimiento provocado en nosotros por otro ser humano, de uno simulado por una computadora. No se puede distinguir, en este sentido, entre una mente natural y una artificial. Esta conclusión supuso el comienzo de una serie de consecuencias significativas en los campos de la inteligencia artificial y la robótica: Quedaba demostrada la capacidad de modificar el comportamiento humano “engañando” al cerebro con simulaciones de sus propias facultades. Como ejemplo, basta recordar la reacción del campeón mundial de ajedrez Garry Kasparov cuando perdió la partida ante Deep Blue de IBM. Para lograr que un robot sea capaz de “equivocar” de esta manera a las personas es necesario que él mismo pueda modificar sus propias habilidades de forma autónoma. Los humanos modifican su comportamiento mediante experiencias, relaciones o una interacción entre ambas, a través de una mecánica de aprendizaje que da la posibilidad de adquirir ese conocimiento. Según los investigadores Dautenhahn y Billard, en el artículo escrito el año 1999 titulado “La crianza de los robots o la psicología social de robots inteligentes: De la teoría a la aplicación”, si se desea que un robot sea capaz de modificar su comportamiento, es necesario que lleve implementado un sistema de aprendizaje, que mejore la ejecución de las tareas que tenga programadas inicialmente, e incluso que adquiera otras nuevas.
William Grey Walter, en los registros del diccionario Oxford de Biografía Nacional, dijo que el verdadero futuro de los robots inteligentes está en la conjunción de la inteligencia artificial y la robótica. El cerebro de las personas es capaz de realizar correctamente cualquier tarea cotidiana. Con base en los numerosos estudios médicos y psicológicos que se han realizado en este campo, se conocen algunas características del sistema neuronal que permiten destacar algunos puntos importantes de su funcionamiento: (1) Las redes neuronales del cerebro son capaces de adaptar su configuración, es decir, son capaces de aprender a partir de una experiencia y modificar su estructura en un proceso de aprendizaje. (2) Las personas son capaces de generalizar y resolver con alto grado de variabilidad. (3) El entretejido neuronal puede reconocer patrones, visuales o de cualquier otro tipo, siempre que la información llegue al cerebro adecuadamente. Hasta ahora, el diseño ha estado ligado al estudio de simples patrones de comportamiento sin más reto que la construcción de robots con nociones sociales intrínsecas, capaces de crear vínculos y habilidades con las personas y de mostrar empatía y entendimiento. Además, en la mayoría de los casos es necesario incrementar su efectividad.
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