A fines de junio, TorrentFreak, el portal que le toma el pulso a la piratería mundial, publicó las cifras de las series de televisión más descargadas ilegalmente de la temporada. La lista la encabezaba Juego de Tronos, que rompió todos los records, con 5.2 millones de descargas; seguida por The Big Bang Theory con 2.9 millones y How I Met Your Mother con 2.85 millones. HBO, la cadena de televisión responsable de Juego de Tronos, en lugar de enfurecerse y de declararle la guerra a la piratería (como lo hicieron autoridades del Gobierno de los EEUU), reconoció que para ellos esas cifras representaban un auténtico triunfo, pues reflejaban la popularidad de la serie y, lo que es más importante para sus intereses, las ventas de los DVD oficiales no bajaron. A partir de este ejemplo, podemos interpretar que, al popularizarse un objeto cultural a través de canales “gratuitos”, se forman las bases de fanáticos, de potenciales consumidores, que comprarán las ediciones originales, el merchandising y cualquier producto relacionado. La HBO es conocida por ser una cadena pionera, también parece serlo a la hora de reconocer a la piratería como gran promotor de sus productos.
Después de que en 2012 el FBI cerró Megaupload, del masivo borrado de archivos en las webs de alojamiento, de las arremetidas legales a portales latinoamericanos como Taringa y Cuevana, cuando la SOPA (Stop Online Piracy Act) atemorizaba más a los internautas que a Mafalda y que el Protect I.P. Act parecía inminente, a primera vista todo apuntaba a que el final de la piratería en Internet estaba cerca. Cuando en enero de 2012, Wikipedia, Google, Reddit, Boing Boing, the Internet Archive y otros portales protestaron de manera conjunta e histórica, cortando o limitando sus servicios, parecía que eran aletazos de una red que jamás volvería a tener una libre circulación de la información. Se sabe que el control de la piratería se utilizar como excusa para violar los derechos y la privacidad de los usuarios. Después del escándalo de espionaje destapado por Snowden, las dudas se han despejado. Internet, como el gran tejido que conecta todo el mundo, es el arma perfecta del Gran Hermano orweliano, es la ventana a través de la que nos vigilan las grandes potencias. Cada uno de nuestros movimientos es registrado. Incluso lo que descargamos ilegalmente sirve para que la industria tenga pautas de nuestros patrones de comportamiento, de consumo y gustos. Pero aunque parezca que vivimos en la era de Internet, en la que ya nada es privado, hay cuestiones que nos advierten que todavía estamos viviendo un periodo de transición. Específicamente, la industria del entretenimiento todavía no se ha adaptado del todo a este tiempo.
En todo el mundo, en especial en Estados Unidos, se sabe que los políticos que impulsan medidas para controlar Internet han sido financiados por la industria del entretenimiento. Como en todo, responden a los intereses de las multinacionales, en lugar de a los de los usuarios. Aunque los gobiernos y las grandes compañías no quieran reconocerlo y hagan campañas asegurando que la piratería está matando a las industrias alternativas y a las compañías pequeñas, lo cierto es que las más afectadas son justamente las empresas más poderosas, pues son ellas las que distribuyen los productos más masivos. Aunque se diga que los grandes afectados son los trabajadores de clase media y los creadores independientes, lo cierto es que los verdaderamente amenazados son los viejos modelos y los que son incapaces a adaptarse a las nuevas formas del mercado. Para quienes entienden las ventajas y los riesgos de los soportes actuales, Internet es una genuina mina de oro (con trampa, pero mina de oro al fin).
Por lo general, solemos olvidar que los CD, los DVD y las salas de proyección, no son más que canales de distribución del arte, no un fin en sí mismos. El objetivo de estos es que el público pueda consumir lo que los creadores hacen de la manera más eficiente posible. El tiempo, la tecnología y la economía han determinado las diferentes formas de distribución que hemos utilizado a lo largo de los años. Los canales anteriormente mencionados cada vez son menos viables, pues por su condición de soporte físico, son caros, difíciles de transportar, ocupan mucho espacio.
El problema para muchos radica en que Internet, tal como lo conocemos actualmente, no garantiza de la manera más eficiente los derechos de autor. Los creadores no ganan lo que merecen. Nadie duda de que toda persona que realiza un trabajo debe recibir una remuneración justa, se pretende que extinguiendo la piratería paguemos por lo que consumimos.
El cine boliviano que se halla en la red
Bolivia es uno de los países latinoamericanos con menor acceso a Internet, con uno de los servicios más caros y deficientes. Lo que no ha impedido que el cine nacional llegue a la red. Pero salvo por esa ofensiva película llamada En busca del paraíso, ningún largometraje se puede o se ha podido ver en un portal de streaming legal. No existen plataformas en Internet para consumir cine boliviano de manera comercial. La gran mayoría de películas que se encuentran en la red han sido subidas por internautas independientes, sin prestarle mucha atención a las “nimiedades” de los derechos de autor. Como pasa con la industria cinematográfica a nivel mundial, las películas que más se pueden ver el web, que se encuentran en más portales, que son más descargadas y vistas, son las más conocidas y comerciales. La bicicleta de los Huanca, Mi socio y ¿Quién mató a la llamita blanca?, entre algunas pocas otras, son las grandes predilectas, al punto que sin mucho esfuerzo, ni pericia se las encuentra en YouTube. Aunque en portales como Vimeo, Surrealmoviez, Rebelde Mule y blogs particulares, se puedan encontrar grandes rarezas, el cine boliviano que pulula en Internet es el más obvio y el que ha sido editado de manera legal. Si bien es cierto que un internauta curtido con un alto grado de cinefilia, puede acceder a ver películas bolivianas de difícil acceso como Para recibir el canto de los pájaros, lo cierto es que todavía se necesita ser un iniciado para acceder al cine boliviano menos comercial. Relativamente, pocos cineastas están utilizando la web como herramienta para dar a conocer su obra. De hecho, ninguno de los directores de gran renombre han subido su obra a la red. No parecen entender que para vender la obra, la obra debe conocerse. Los cineastas bolivianos ya no pueden tener una visión provinciana de su mercado, deben utilizar plataformas que les abran mercados internacionales, en las que tengan menos desventajas. Eso es algo que realizadores jóvenes como Diego Mondaca, Juan Pablo Richter, Patricia Aramayo, Fred Núñez y Mónica Heinrich, entre otros, han entendido. Buena parte de sus películas están colgadas en YouTube y Vimeo, son de relativo fácil acceso. Por otro lado, las oportunidades que ofrece la web han sido aprovechadas de manera admirable por el cine boliviano clase B o Z, películas como Pandillas de El Alto o Laimes contra Cacachacas zombies se han convertido en obras de culto gracias a circulación virtual.
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