El estratega chino Sun Tzu (544 a.C.-496 a.C.) planteaba que todo buen jefe militar debe tener cinco tipos de espías: el nativo, reclutado en una población; el interno, enlistado del bloque rival; el doble, captado mediante sobornos para que revele secretos del enemigo; el liquidable, que contamine la información del oponente con datos falsos, y el flotante, encargado de la transmisión de informes.
El autor de El arte de la guerra, el primer tratado militar de la historia, señalaba que sólo así se puede conseguir el triunfo, porque hay que conocer al enemigo antes de enfrentarlo. La Real Academia Española define al espionaje como la “actividad secreta encaminada a obtener información sobre un país, especialmente en lo referente a su capacidad defensiva y ofensiva”. Esta actividad es tan antigua como la humanidad, y los primeros vestigios fácticos de su práctica fueron hallados en la Mesopotamia del siglo III antes de Jesucristo.
En esa época, el rey Sargón I armó un equipo de Inteligencia, conformado por mercaderes, para conseguir información de los territorios que planeaba anexar a su vasto imperio. Hasta la Biblia tiene capítulos sobre personajes infiltrados, un ejemplo es Dalila, la mujer que sedujo y provocó la caída de Sansón. Los griegos y los romanos igualmente recurrieron al espionaje en la antigüedad; los primeros crearon el primer método para mandar mensajes codificados: el scytale, un cilindro que enrollaba una cinta de cuero que llevaba un recado que sólo podía ser descifrado cuando el receptor la envolvía en otro cilindro similar.
Tecnología. En la Edad Media sucedió lo mismo; un caso llamativo fue Francis Walsingham, considerado “el maestro de espías”, quien, en el siglo XVI, hilvanó una red en Inglaterra y el extranjero que protegió de conspiraciones a la Reina Isabel I. La Santa Inquisición de la Iglesia Católica tuvo su “servicio secreto”. Los imperios británico, español, francés igual se sirvieron de esto. Y en la modernidad, las guerras mundiales y la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) fueron el caldo de cultivo para el desarrollo de las técnicas del espionaje y el contraespionaje.
No obstante, las nuevas tecnologías y, sobre todo, el boom de la internet han llevado a que este escenario sea el flamante campo de batalla de los grupos de Inteligencia por el acceso a información clasificada, confidencial, privada, íntima, de ciudadanos, de instituciones públicas y privadas, de gobiernos. “El escándalo destapado por el informático estadounidense Edward Snowden ha confirmado lo que ya sabíamos”, comenta a Informe La Razón Fernando Rueda, vía teléfono, el más reconocido experto en temas de espionaje en España y autor del libro Espías y traidores.
Para este estudioso, el ciberespacio permite que los espías típicos que buscaban información en la calle, que iban tras documentos y confidentes, o colocaban micrófonos, vayan perdiendo espacio ante genios de la computación que recolectan datos por la internet, encerrados en un despacho con sus máquinas. “Son el nuevo modelo de espías. Hoy, la mayor parte de información que obtiene cualquier servicio secreto es por esta vía; las grandes potencias, léase Estados Unidos, Rusia o China, tratan de controlar las comunicaciones en el ámbito mundial, amparándose en la lucha contra el terrorismo”.
Peligros. Loreta Tellería, especialista boliviana en asuntos de seguridad y defensa, sostiene que las revelaciones sobre el espionaje realizado por Estados Unidos han ratificado que las redes sociales, de comunicación y de información son susceptibles de ser intervenidas. “Como toda tecnología, la red de internet tiene sus lados positivo y negativo. En lo primero, está que facilita la comunicación en tiempo real, ello ayuda a la gestión en entidades públicas, organismos internacionales; en lo otro, hay riesgos en su uso y uno de ellos es el espionaje, que atenta contra el derecho a la privacidad”.
Que la telaraña del ciberespacio sea el nuevo escenario de las pugnas de equipos de Inteligencia ha llevado a la irrupción del término “ciberguerra fría”, por la Guerra Fría que alimentó la pugna por conseguir datos clasificados, entre 1947 y 1991. “Hay una ‘ciberguerra fría’ plena. En este momento todos los países tratan de robar información al vecino, y la internet es el principal campo de batalla. Aparte, es llamativo que Estados Unidos demostró que espía a sus aliados europeos, pero los gobiernos de éstos no se quejaron, es como si se beneficiaran de este espionaje”, critica Rueda.
“Si esto se hace con aliados, ni imaginar lo que se hace con los que no son amigos de Estados Unidos, Rusia, China. No solamente se busca información militar, gubernamental, igualmente comercial, de negocios, de empresas; por lo tanto, es una nueva guerra fría, pero mucho más salvaje y peligrosa”, complementa. Por su parte, Tellería remarca que, a diferencia de lo ocurrido en la época de la contienda invisible entre estadounidenses y soviéticos, hoy se implementa un espionaje que tiene en la mira a todas las naciones, sin importar su credo ideológico, para controlar información tecnológica y económica, sobre todo.
En criterio de Samuel Montaño, experto boliviano en temas de seguridad, el espionaje debe ser interpretado desde el punto de vista de la Inteligencia y tiene un objetivo clave: el acceso a datos. “Estados Unidos ha sobrepasado los límites del espionaje porque la gente piensa que esto involucra a un agente tipo James Bond que está detrás de la puerta, con su cámara y pistola, y no es así. ¿Por qué tiene que preocuparnos todo esto? Porque no están haciendo espionaje puntual o específico, sino que están yendo más allá de lo que les permite la norma e, inclusive, las reglas de la moral”.
El problema, complementa Rueda, es que bajo el alegato de que esta actividad se realiza para precautelar la vida de los norteamericanos, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se ha decidido brindar más prioridad a la seguridad que a la libertad de las personas. “Esto es algo que solamente se veía y se ve en los gobiernos dictatoriales, que igualmente restringieron y restringen las libertades básicas. Y algo es muy claro, el nuevo terreno de juego del espionaje, de la guerra del espionaje, el que seguirá en el futuro, es la internet”.
Salidas. Incluso, los riesgos de que los sistemas o programas electrónicos sean intervenidos por los “espías del siglo XXI” han llevado a plantear un retorno a las estrategias del pasado. Por ejemplo, en Rusia, la máquina de escribir y el bolígrafo han sido resucitados para la redacción de documentos secretos diarios en los servicios de Inteligencia rusos, señala el diario Izvestia, que precisa que esta paranoia se debe a la difusión de informes secretos por el portal WikiLeaks, el destape ocasionado por Edward Snowden y las escuchas realizadas al expresidente ruso Dmitri Medvédev.
¿Y se puede límitar esto? Tellería plantea que los Estados garanticen la privacidad con sanciones penales y que los entes internacionales establezcan mecanismos vinculantes o conferencias que comprometan a los países involucrados a retirar estos métodos de espionaje. Sin embargo, para Rueda hay pocas esperanzas de frenar el problema. “Cuando las naciones democráticas permiten que espíen a sus ciudadanos, amparándose en la seguridad y metiendo miedo con el terrorismo, prima la seguridad sobre las libertades individuales; internet es un claro ejemplo”.
“La información previa no puede obtenerse de fantasmas ni espíritus, ni se puede tener por analogía, ni descubrir mediante cálculos. Debe obtenerse de personas que conozcan la situación del adversario” (Sun Tzu, El arte de la guerra)
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