Según afirma Andrew Filo, consultor de la NASA en este proyecto, “cada vez que pensamos que en el espacio podríamos imprimir objetos 3D, para nosotros es como si hubiera llegado la Navidad”. Y es que, gracias a la impresión en 3D, la NASA obtendrá numerosas ventajas. De hecho, aclara Filo, “podremos olvidarnos de conceptos como racionamiento, escasez o irreemplazable”. Por su parte, para Dave Korsmeyer, director de ingeniería en el Ames Research Center (centro de investigación situado en Moffett Field, San Francisco), “si quieres ser adaptable, tienes que ser capaz de diseñar y fabricar al vuelo, y eso es justamente lo que nos aporta la impresión 3D”.
Aunque por el momento no se han decantado por un modelo concreto, la NASA podrá escoger entre numerosas alternativas que van desde los 300 hasta los 500.000 dólares.
Sin embargo, el proyecto no está exento de retos, ya que todos los modelos están pensados para su uso en la Tierra, por lo que, antes de enviar la impresora al espacio, deberán superar inconvenientes como la micro gravedad, diferentes presiones de aire, temperaturas variables o la escasez de electricidad, entre otras cuestiones.
También será necesario idear algún sistema para que las propias impresoras sean capaces de absorber los gases que emite el plástico durante su extrusión, así como imprimir sus propios componentes de auto reparación cuando se necesiten, o incluso reciclar piezas que ya no sean de utilidad para crear nuevos elementos en el futuro.
Reparación “a vida o muerte”
Para asumir estos retos, desde la NASA contrataron a la empresa Made In Space, que se encargará de construir un dispositivo completamente adaptado a estas necesidades. AaronKemmer, CEO de la compañía, es consciente de los obstáculos del proyecto, pero reconoce sus innumerables ventajas.
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