14 diciembre 2014

La audacia de Salman Khan, una revolución educativa digital



Hoy en pleno siglo XXI resulta llamativo que el enfoque de educación clásico, surgido en la Alemania de Bismarck en la segunda mitad del siglo XIX, siga vigente. Este enfoque consistía en educar emulando las prácticas militares del ejército prusiano, en las que el general se transformaba en el maestro y los soldados en estudiantes. Por ende, en el aula, la jerarquía era rígida y la palabra de quien enseñaba, sacra. En ese esquema, cuestionar la enseñanza recibida equivalía a confrontar a quien representaba la autoridad. Algo no solo impensable sino inmoral. La moral se evidenciaba, como máximo valor, bajo el principio de obediencia al padre, al general, al cura y/o al maestro. Ese modelo educativo, con variaciones menores, no ha sufrido alteraciones en más de un siglo a pesar de los hitos de renombrable democratización que han tenido lugar en el planeta.

No hay duda que algo debe estar fallando. Y es que la forma clásica de exposición de clases debe ser renovado, entre otros aspectos, de acuerdo con lo que vivimos en el presente: el influjo de las tecnologías informáticas. Hay un hombre que lo viene haciendo con notable éxito. Su nombre es Salman Khan, quien ha publicado el libro The One World School House. Education Reimagined. Khan nació en Nueva Orleans en 1976. Es hijo de madre india y padre bengalí. Realizó sus estudios de Ingeniería Eléctrica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y en Harvard. Y hoy se ha convertido en un afamado ciudadano del mundo gracias a haber puesto en marcha la Academia Khan, en la que ha puesto en práctica un mecanismo de enseñanza y aprendizaje que viene revolucionando la metodología expositiva. Se denomina a este cambio “educación invertida”. Se caracteriza por varios aspectos verdaderamente revolucionarios:

La clase no se imparte en el aula, sino en casa a través de un video del contenido de la materia para un día específico. De ese modo, lo que se busca es que en casa se pase la clase, mientras que en aula se delibere. En la metodología educativa actual (bismarckiana) de ofrecer educación, el profesor habla el 90% del tiempo en aula y se delibera el restante 10% (dudas y deliberación). En la educación invertida la situación, precisamente, se invierte: el 90% se discuten las dudas y se delibera y solo el 10% se expone.

La duración de la clase no debe exceder los 20 minutos, que es el tiempo ideal de atención del estudiante. Del minuto 20 en adelante se ha comprobado que la atención empieza a declinar, lo que cuestiona los módulos horarios actuales de 45 a 60 minutos de duración de una clase.

Este video va anexado a las lecturas respectivas. En el video se dedica al menos un par de minutos a dar las aclaraciones sobre la importancia de la lectura y lo que se debe leer como complemento a la educación oral transmitida.

Cada clase es personalizada, pues cada estudiante sigue su propio ritmo de estudio y, sobre todo, formula sus propias conclusiones y establece sus propias dudas, que son dirigidas al profesor de modo directo e individual. Por ende, se respeta la capacidad (tiempo, capacidad y esfuerzo) individual de cada estudiante.

Las ventajas de esta metodología tienen que ver con:La forma de educar ya no es vertical con un profesor omnipresente sino horizontal con un profesor guía; se sustituye la rigidez magistral por el diálogo horizontal (educación revolucionaria).

La educación adquiere una tonalidad reflexiva (además de colectivamente reflexiva) y no memorística, como ha sido usual (educación deliberativa).

La educación se individualiza, y al hacerlo respeta los tiempos y capacidades diferenciados de los estudiantes (educación empática).

La posibilidad de mantener un hilo conductor entre los diversos profesores que dan el curso, en tanto las filmaciones facilitan la supervisión del contenido y la necesidad de conectarlo con el módulo subsiguiente (educación transparente).

La educación adopta la tecnología del siglo XXI como una plataforma fundamental de aprendizaje, logrando adquirir conocimientos de profesores no presenciales, es decir, de cualquier rincón del mundo (educación tecnológica).

La forma de enseñar se torna ampliamente didáctica, con clases de no más de 20 a 30 minutos de duración, que respetan la psiquis del estudiante (se ha comprobado que éste mantiene una concentración con amplia capacidad de absorber lo enseñado, no más de media hora) (educación lúdica).

Los módulos pueden ser ampliamente difundidos en la red como combos modulares compactos para que estudiantes en todo el mundo con conocimiento del español aprovechen (educación democrática).

Los resultados son sorprendentes. No es extraño que la Fundación Bill Gates esté apoyando esta iniciativa con millones de dólares, bajo el absoluto convencimiento de que estamos frente a una revolución de la educación; no es extraño que en menos de una década se hayan registrado seis millones de estudiantes, diez veces más que todos los estudiantes que han pasado por Harvard desde el siglo XVII; no es extraño que los estudiantes reclutados en un mismo curso provengan de más de 50 diferentes países. Lo que es extraño es que nada de esto se discuta en este rincón del mundo. O quizás no sea extraño. Quizás una vez más, estamos lejos de la agenda mundial progresista (o verdaderamente progresista y revolucionaria).

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