Desde que se despierta, Sumire, una joven de 18 años, habla con sus amigas por Internet, ya sea durante las clases, mientras se baña e incluso en el retrete. Como la mayoría de jóvenes japoneses, está las 24 horas conectada, lo que preocupa cada vez más a los profesionales de la salud.
"En cuanto tengo un momento durante el día, me conecto, desde que me levanto hasta que me acuesto. Supongo que me siento sola cuando no estoy en Internet, como desconectada", explica a la AFP.
En todas partes y en cualquier circunstancia, "diálogo con amigos en Line", una aplicación de mensajería instantánea en la que el 90 por ciento de los estudiantes de secundaria japoneses tienen una cuenta.
Según una investigación gubernamental de 2013, el 60 por ciento de los alumnos de secundaria, que han tenido contacto con el mundo digital desde una edad muy temprana, mostraban señales fuertes de adicción a Internet, cuando se ha disparado el uso de la red y se han multiplicado las pantallas (teléfonos inteligentes, tabletas, etc.).
El problema preocupa a los profesionales de la salud. Estas prácticas tienen un impacto neurológico comparable al de la dependencia del alcohol o de la cocaína, según reveló un reciente estudio del centro de investigación sobre salud mental de Shanghai, que analizó datos cerebrales de jóvenes tecnoadictos. E incluso se ha creado una especialidad para desenganchar a los jóvenes de este opio digital.
La dependencia es más difícil de detectar. "Con los 'smartphones', ya no es necesario encerrarse en una habitación [para acceder a un ordenador]. Así que resulta más difícil darse cuenta de que alguien tiene un problema", explica el psiquiatra Takashi Sumioka. El número de casos tratados por este especialista se triplicaron entre 2007 y 2013.
Sumioka ofrece un programa de "desintoxicación digital" a los pacientes. Les pide que redacten un diario "para ver hasta qué punto están sometidos a su 'smartphone' y a su conexión a internet". Se necesitan unos seis meses para lograr una "curación", asegura.
"Una persona totalmente distinta"
"Este tipo de obsesión está provocado por el temor de ser dejado de lado o incluso acosado en un grupo si no se responde con suficiente rapidez a los mensajes", advierte el doctor Sumioka.
Según él, la necesidad irreprimible de comprobar su pertenencia a un grupo y de seguir sus reglas muestra una característica de la cultura japonesa, que tiende a rechazar las disonancias y no anima a distinguirse de los demás.
"Japón es una sociedad conformista: la gente no defiende necesariamente sus opiniones, sino que simplemente sigue al grupo", estima Sumioka.
Esta sociabilidad "electrónica" no equivale sin embargo a las interacciones humanas de la vida real, advierten los expertos, que alertan del riesgo de privilegiar casi exclusivamente los contactos en línea.
Muchos japoneses se sienten ahora mucho más cómodos en las comunicaciones por Internet que fuera de pantalla, subraya Miki Endo, una profesora de informática que organiza desde 2002 cursos sobre las adicciones a Internet.
Recuerda el caso de una alumna de 22 años. "Después de la clase, me pidió permiso para navegar en Internet, ya que sus padres le prohibían hacerlo en casa", cuenta Endo, que vio a la joven transformarse delante de sus ojos.
"Durante 10 minutos, era una persona totalmente distinta. En cuanto se conectó a las redes sociales, empezó a hablar en voz alta y a reír. Ella, que solía ser muy introvertida, parecía haberse olvidado de mi presencia".
Nunca salía de mi habitación
En el espacio de una década, la adicción a las nuevas tecnologías cambió completamente de naturaleza. Antes afectaba a los adeptos de los videojuegos, como Masaki Shiratori, quien con 11 años dedicaba su vida a luchar en internet contra monstruos imaginarios.
A diferencia de los jóvenes de hoy, sin embargo, él quería huir de la realidad y de las obligaciones de la vida en sociedad.
Enganchado al mando de su consola hasta 20 horas diarias, encadenaba combates en el juego en línea "Arado Senki" ("Dungeon Fighter Online"), no iba a clase, apenas dormía, atrapado en un universo mucho más acogedor para él que su entorno escolar.
"Nunca salía de mi habitación, salvo para ir al baño", recuerda. Sólo consiguió apartarse de su mundo virtual y recobrar cierta vida social a los 14 años, cuando sus padres lo hospitalizaron.
Tras años de terapia y su paso por un instituto especial, el joven, que hoy tiene 20 años, estudia informática en una universidad cerca de Tokio. Le gustaría poder vivir de sus conocimientos... en el mundo real.
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