Caleb se enamora de Ava. Caleb es un programador y Ava, un robot antropoide con un rostro angelical. Caleb recibe el encargo de someter a Ava al test de Turing, la prueba de fuego de la Inteligencia Artificial (AI). Poco a poco, Ava consigue convencer a Caleb de que tiene conciencia. Y no solo eso: logra seducirle y urdir un plan para escapar de las garras de su creador.
El creador se llama Nathan y es un elusivo y perverso ricachón. Gracias al éxito de su compañía digital, Nathan ha comprado una reserva natural y se ha construido una mansión-fortaleza a su medida, donde vive recluido con sus ingenios robóticos.
Un día invita a Caleb para que conozca a Ava, su obra maestra. El programador no sabe que la máquina con apariencia humana ha sido programada para "querer escapar”…
Mejor no seguimos desvelando la trama de este inquietante triángulo entre humanos y robots. Digamos que la película se titula Ex Machina, que la dirige Alex Garland y que explora como ninguna otra el resbaladizo territorio de la singularidad, el momento de la inevitable convergencia entre el hombre y la máquina.
Alex Garland, nieto de los zoólogos Peter y Jean Medawar, no pone la mano en el fuego sobre cuándo ocurrirá esa fusión virtual… "Pero creo que mis hijos lo llegarán a ver. Nos estamos aproximando al momento en que las máquinas nos puedan decir: ‘no me apagues’. Con el tiempo tendrán la capacidad de querer por sí mismas de tener sentimientos”.
"Llegará un día en que los productos de la inteligencia artificial mirarán hacia atrás y nos verán a nosotros de la misma manera que nosotros vemos ahora a los fósiles en África”, predice en Ex Machina Nathan.
Pese a la turbadora moraleja de su película, Alex Garland se desmarca, sin embargo, del pánico ante la AI instigado recientemente por el mismísimo Stephen Hawking y por Elon Musk, el fundador de Tesla y SpaceX, que han firmado junto a decenas de científicos la carta abierta sobre los riesgos de la AI.
"El desarrollo completo de la inteligencia artificial podría significar el fin de la especie humana”, advirtió Hawking en el momento de estrenar su nueva silla inteligente. Elon Musk ha ido aún más allá y asegura que el desarrollo incontrolado de la AI sería más o menos como "invocar al demonio”.
Entre uno y otro tenemos al filósofo sueco Nick Bostrom, autor de Superinteligencia y al frente del Instituto para el Futuro de la Vida en Oxford.
"El hombre es la mayor amenaza para el hombre”, advierte Bostrom. "Estamos ante el mayor proceso transformativo de la humanidad, el que tal vez nos abra las puertas al poshumanismo. Pero las mismas tecnologías que nos van a posibilitar ese salto entrañan también grandes riesgos. En cierto modo, somos como bebés jugando con explosivos”.
Asegura Bostrom que no habrá "un momento mágico o místico de la fusión hombre-máquina, como el 2044 o cualquier otro año simbólico”. Tampoco se atreve a vaticinar si el pulso lo ganará el campo de la neurociencia (intentando emular al cerebro humano) o si se impondrán las ciencias de la computación.
"Yo creo que todo va a ser más gradual, advierte, y hasta cierto punto es deseable que así sea, para que pueda haber un debate en la sociedad y se puedan evaluar las dimensiones éticas”.
Para Ray Kurzweil, autor de La era de las máquinas espirituales y director de ingeniería de Google, el momento de la sigularidad está, sin embargo, más cerca de lo que pensamos.
"Ni vamos a su sufrir la invasión de las máquinas alienígenas ni nos vamos a convertir en cyborgs al estilo Terminator. Es más, las computadoras del futuro serán muy humanas y se integrarán de un modo muy natural con nosotros. Mi visión del futuro no es ni utópica ni distópica”.
De la mano de Kurzweil, Google ha dado ya un paso de gigante hacia el futuro con la adquisición de DeepMind Tecnologies, la compañía británica de inteligencia artificial.
Kurzweil, embarcado también en su particular búsqueda de la inmortalidad a los 65 años, está convencido de que antes del 2040 podrá escribir un nuevo libro titulado La singularidad está aquí: "En dos décadas tendremos computadoras muy baratas que serán tan poderosos o más que el cerebro humano”.
Nathan, el creador de la película Ex Machina, tiene algo remotamente común con el propio Ray Kurzweil. Interpretado por Oscar Isaac, y con la única debilidad humana del alcohol, su empeño consiste en crear la primera generación de robots con conciencia y apariencia humana.
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