09 marzo 2015

La leyenda de inversiones de los “unicornios” de Silicon Valley

En un rincón muy agradable de San Francisco, Nasdaq está calladamente expandiendo sus operaciones de la Costa Oeste. Pero no está ahí sólo para persuadir a las empresas de tecnología más novedosas de Silicon Valley a que preparen sus ofertas públicas iniciales (OPI).
Lejos de ello. En marzo del año pasado, la bolsa de valores con sede en Nueva York estableció discretamente una plataforma privada para empresas "pre-OPI” para poder recaudar capital y comercializar acciones secundarias. Ahora, unas 60 empresas forman parte de Nasdaq Private Market, y los funcionarios de Nasdaq admiten que algunos de estos grupos de tecnología no tienen intención alguna de cotizarse en bolsa.
Ésta es una peculiaridad notable de los mercados estadounidenses de hoy en día; y debería darles a los grupos de inversión y a los reguladores una pausa para la reflexión. Durante el último boom de la tecnología a finales del siglo 20, cuando una empresa de tecnología crecía por lo general intentaba cotizarse rápidamente en bolsa.
Cotizarse en bolsa le impartía credibilidad a una empresa joven, y era un paso esencial cuando una empresa necesitaba generosos montos de capital para la inversión o un mecanismo para permitir a sus primeros empleados puedan sacar provecho de sus opciones. En este momento de auge, los listados de tecnología en el mercado principal están sin duda en preparación: las enormes recientes OPI incluyeron nombres como Alibaba, el gigante de internet chino, y Lending Club, el prestamista más grande de persona a persona.
Prefieren no cotizar en bolsa
Pero muchas otras empresas de rápido crecimiento no están cotizando, sino recaudando dinero privado a través de denominadas rondas de financiación de "última etapa”, que a menudo permiten que los propietarios de la empresa (ya sean empleados, fundadores, o incluso inversores previos) puedan vender. Algunas ventas se producen a través de plataformas como Nasdaq; muchas eluden incluso estos mercados "privados”.
Basta pasar unas horas en Silicon Valley para darse cuenta de que la magnitud de este auge cíclico es asombroso. Para aquellos que vimos la primera burbuja de las puntocom, la visión de "dinero caliente” fluyendo a manos de empresas de tecnología de reciente creación produce una sensación de déjà vu. Pero lo que hace que el actual patrón sea algo sorprendente no es sólo la cantidad de dinero que está dando vueltas, sino los canales por los cuales se está moviendo.
Apenas a mediados de febrero Uber, Snapchat y Pinterest revelaron sus grandes nuevas rondas de financiamiento privado. Uber, por ejemplo, está recaudando mil millones de dólares, un monto además de los 4.000 millones de financiación privada que ya ha recaudado. Siete semanas después del inicio de 2015, las empresas de tecnología en etapa tardía ya habían recaudado 16.000 millones de dólares, de acuerdo con PrivCo, un grupo de investigación.
Crunchbase, otro grupo de análisis de datos, calcula que el monto de financiación global proporcionado por capitales de riesgo a las empresas de tecnología alcanzó a 66.500 millones de dólares el año pasado, el doble de los niveles de financiación del año anterior. Esto ayudó a crear más de 60 llamados "unicornios” (empresas privadas con un valor de más de mil millones de dólares).
Estrategias de la bolsa
Esta bonanza de dinero privado es impulsada en parte por el hecho de que cotizarse en bolsa ya no se considera importante para la credibilidad de una empresa joven. Pero hay un problema más prosaico: mientras más inversores estén dispuestos a proporcionar financiación privada -y mientras más entidades como Nasdaq construyan infraestructuras financieras para empresas no cotizadas- habrá menos necesidad de cotizarse temprano en bolsa, si hubiera alguna necesidad del todo.
Los grupos de gestión de activos convencionales, como BlackRock, Fidelity y T Rowe Price, están entrando en la etapa tardía de ofertas de financiación privada por primera vez, invaden un territorio que era el coto privado de los fondos de capital de riesgo especializados. Eso está aumentando el pote de financiación privada disponible.
Este patrón tiene algunos beneficios innegables, no sólo para las empresas involucradas. Cuando la última burbuja tecnológica estalló en 2000, causó dolor a los inversores minoristas ingenuos que habían comprado las OPI sobrevaloradas. Ahora, al menos, los individuos estarán menos expuestos.
El problema es que mientras más gestores de activos convencionales participen en ofertas de financiación privada, en una búsqueda desesperada de rendimientos, mayor es el riesgo de que múltiples hogares se vean afectados en el futuro a través del sistema de pensiones. Y mientras haya más inversores que respalden las ofertas de financiación privada, mayor es la posibilidad de excesos y abusos.
El problema con las ofertas privadas es que las normas de diseminación de la información son -por definición- mucho menos estrictas que en los mercados públicos. Eso significa que, a medida que entran los flujos de efectivo, habrá (en el mejor de los casos) una fuerte tentación para las empresas de malgastar fondos o (en el peor de los casos) abusar el sistema.
El efecto neto es que al alejarse de las OPI y de la bolsa de valores, le dan la espalda a la transparencia. Es interesante que este fenómeno haya surgido de un sector tecnológico de Silicon Valley que le gusta presentarse a sí mismo como un campeón de los mercados abiertos y transparentes. Pero las contradicciones intelectuales son fáciles de pasar por alto en un boom.
Basta con echarle un vistazo a la última burbuja tecnológica para darse cuenta de ello. Esta fiesta privada podría durar un tiempo más.
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