Una vez aceptada la posibilidad de aplicación del concepto de impacto social, debe señalarse que los impactos de la ciencia y tecnología en la sociedad se expresan en múltiples dimensiones. Bernal, en el libro publicado el año 1964 con el título “Historia social de la ciencia”, planteaba desde los inicios mismos de los estudios sociales de la ciencia y tecnología estas dimensiones múltiples, considerando como central el impacto de la ciencia sobre la propia estructura de pensamiento de la sociedad. En la tesis de maestría de Fernández, publicada el año 2000 con el título “La medición del impacto social de la ciencia y tecnología”, se menciona que tomando en cuenta las dificultades planteadas y con el fin de recortar el objeto de estudio específico de este articulo, se propone realizar una clasificación de las distintas dimensiones del impacto de la ciencia y tecnología, en función de su objeto: (1) Impacto en el conocimiento, (2) impacto económico y (3) impacto social.
El impacto en el conocimiento se refiere a la trascendencia que el conocimiento científico y tecnológico generado en el marco de una investigación tiene sobre el conjunto de investigaciones en proceso y sobre la dirección que asume la ciencia. En este sentido, podría señalarse, como ejemplo, que una investigación de rutina o “ciencia normal”, a decir de Kuhn, en el libro publicado el año 1971 con el título “La estructura de las revoluciones científicas”, tendría idealmente un impacto menor, mientras aquella que produzca un resultado que pueda conducir a un cambio de paradigma o hasta una revolución científica debería tener el máximo impacto. Debe tenerse en cuenta que muchas investigaciones de gran impacto pueden ser puramente metodológicas, ya que el artículo que propone una nueva técnica recibe numerosas citas por parte de quienes la utilizan, siendo este un impacto no ya directo en el conocimiento, sino indirecto a través de los métodos o técnicas utilizadas para obtener este conocimiento.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, en diferentes textos publicados sobre economía, señala que los impactos económicos también están definidos con cierta precisión. Se dispone de indicadores normalizados para considerar la balanza de pagos de tecnología, el comercio de bienes de alta tecnología y, principalmente, la innovación tecnológica. La innovación tecnológica es definida por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico como la aplicación de ciencia y tecnología en una forma nueva, con éxito comercial. De esta manera, la idea de impacto se ve reflejada en el éxito comercial, es decir, la introducción de un producto en un mercado o la utilización de un proceso en la producción de un producto. Esta visión de la innovación como proceso, permite el establecimiento de un importante corpus de indicadores, denominados genéricamente “indicadores de innovación”. Para la normalización de estos indicadores la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico ha publicado el Manual de Oslo, mientras que en América Latina la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología ha editado el Manual de Bogotá, el año 2000 por los autores Jaramillo y sus colegas, una propuesta normativa y metodológica latinoamericana que complementa el Manual de Oslo y permite dar mayor significado a los indicadores de innovación en el contexto de los países de la región.
El impacto social de la ciencia y tecnología, asume dimensiones muy diversas y complejas, y se expresa como las consecuencias de un proceso de mediación de actores específicos entre los productores del conocimiento y su utilización por parte de estos actores. En la búsqueda de una definición adecuada, se encuentra la propuesta de Kostoff, señalada en el manual publicado el año 1997 con el título “Asesoramiento del impacto de la investigación”, quien señala que “el impacto de la investigación es el cambio efectuado sobre la sociedad debido al producto de la investigación”, mientras que “la efectividad de la investigación es una medida del grado de focalización del impacto sobre las metas deseadas.” Si bien esta definición incluye la consideración de la intensidad del impacto, a partir de la utilización del concepto de efectividad, no toma en cuenta una cuestión fundamental: El modo en el que se produce este cambio. Esta perspectiva, por lo tanto, aparece demasiado unilateral, ya que descuida el hecho de que el conocimiento debe ser incorporado por la sociedad para que el impacto exista efectivamente. Este parámetro ha sido dejado de lado en la mayoría de las experiencias de análisis del impacto.
Fernández, en la tesis de maestría citada, menciona que el conocimiento científico y tecnológico permea la sociedad utilizando redes de diversos actores, que provienen de los sectores público y privado y tienen distintos roles en el proceso. Estos actores pueden ser, entre otros, decisores políticos, organizaciones no gubernamentales, educadores, periodistas, gestores, investigadores y hasta las propias empresas. Puede preverse que, cuanto más actores estén involucrados en estas redes y mayor sea su complejidad, la utilización de conocimiento científico en la resolución de cuestiones sociales será mayor y, consecuentemente, pueda identificarse un impacto social de la ciencia y tecnología más fuerte. Si bien estas redes procesan conocimiento proveniente de distintas fuentes y de manera diversa, la capacidad de utilizar el conocimiento generado localmente debe ser objeto de especial atención, ya que se trata de aprovechar y maximizar los recursos propios de la sociedad. El impacto social de la ciencia y tecnología se manifiesta por los efectos de la acción de estas redes, conjuntamente con la disponibilidad de capacidades de investigación y desarrollo local, socialmente relevante y adecuado a la demanda social. La medición de este impacto, por lo tanto, es una herramienta útil para los análisis de las capacidades de una sociedad para resolver los problemas y afrontar las demandas sociales.
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