La tasa de paro de los menores de 25 años en España es de casi el 42% y desde 2009 ha habido un aumento del 56,6% de españoles que han ido a trabajar fuera, una parte de ellos jóvenes sin futuro en nuestro país. En este contexto asistimos a un repunte notable de las apuestas online. Casi un millón de personas apostaron en 2015 y las cantidades jugadas superaron los 8.500 millones de euros, un 30% más que en 2014.
Uno de los sectores de edad que se inician en esta modalidad de juego son jóvenes, entre 14-25 años. Las razones son diversas. La primera es su fácil manejo de las nuevas tecnologías que los convierte, por ello, en un target perfecto para las casas de apuesta online. Fácil accesibilidad, sin límite de tiempo ni horario, pueden hacerlo desde cualquier dispositivo y por cantidades pequeñas. A eso se le suma el anonimato de la red que les permite suplantar la identidad de sus padres (en caso de menores de edad) fácilmente y no tener que dar explicaciones.
Las causas personales
Claro que nada de eso funcionaría sin otras causas más personales y que les animan a hacer esa apuesta. Como por ejemplo la necesidad de experimentar nuevas sensaciones y conocer nuevas realidades, sobre todo para los adolescentes. Para los adultos jóvenes su deseo de autonomía y de no dependencia económica de los padres también cuenta.
Y para todos ellos es clave la visibilidad y "popularidad” que les proporciona ganar dinero. Eso les permite "ser alguien”, evitar pasar inadvertido –pánico de muchos en la sociedad de la transparencia- y acceder de paso a la propiedad de bienes diversos (móviles, motos, salidas).
Otro factor clave a considerar es la significación social del juego online, ligado básicamente en el caso de los jóvenes, al mundo del deporte. Como la publicidad - constante y masiva en las redes y en la televisión- se ocupa de remarcar, este mundo es de los triunfadores. La asociación deporte, ídolos y éxito sociopersonal sortea el estigma de la degradación que acompaña a toda adicción (alcoholismo, bulimia, toxicomanías) y vela así su resorte pulsional compulsivo ("más, más, más”).
Pero destaquemos que este aumento del juego online no significa que estos jóvenes acaben desarrollando necesariamente una ludopatía. Constata más bien la facilidad que tiene nuestra sociedad en favorecer la relación con los objetos de forma adictiva. O cómo dice Bauman, cualquier idea de felicidad hoy acaba en una tienda. Las cifras de consultas en servicios especializados nos indican que aproximadamente el 90% siguen siendo de varones adultos enganchados al tragaperras y que tan sólo un 10% tienen relación con el juego online.
Una cifra baja pero que nos debe hacer reflexionar sobre la soledad en la que dejamos a los más jóvenes en su conexión al mundo. Un informe de la ONU (2015) ya nos advertía de ello al constatar que los mayores consumidores de pornografía online en todo el mundo son adolescentes y jóvenes de entre 12 y 17 años.
¿Cómo podemos detectar cuándo estas prácticas dejan de ser un juego y pasan a convertirse en un problema a tratar? Como siempre ocurre en las conductas humanas no hay una sola causa y por tanto tampoco un solo signo indicativo. Es más bien la suma de varios la que puede ayudarnos a detectar si el adolescente o joven sufre una patología. Una es sin duda la nueva preocupación por el dinero que experimentan de manera constante y excesiva. Otra, las mentiras que se ven obligados a fabricar sobre el uso que hacen de Internet y sobre la procedencia del dinero.
Los cambios de humor
Son notables también los cambios constantes y repentinos del humor. Cuando ganan están eufóricos, pero al día siguiente pueden perder y sentirse alicaídos o coléricos. La práctica regular, más allá de la experimentación inicial marca un punto de inflexión en el fenómeno compulsivo. Para los más jóvenes la despreocupación por sus tareas escolares y el bajón en el rendimiento académico son signos claros de que el juego les absorbe toda su energía e intereses.
No se trata, pues, de alarmarse o de escandalizarse –en una sociedad que hace del dinero y el triunfo su becerro de oro- pero sí de abrir los ojos y escuchar las dificultades que las nuevas generaciones plantean en su apuesta por una vida adulta. Apuesta que, como decía Hanna Arendt, nos convoca a los adultos a ser capaces de integrar las novedades e invenciones que traen los jóvenes y transmitirles nuestras "tradiciones”. A fin de cuentas esas tradiciones, como nos enseñó el gran historiador Eric Hobsbawm, en su momento fueron invenciones.
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